Comunidades y esperanza: Pascua en Valladolid

2014_04_30_Editorial_Photo1José Ignacio García

Volver a Las Cortas de Blas en Valladolid, España es siempre un momento de alegría y de reencuentro amistoso. Allí está la casa de Pady Miranda, situada en los montes Torozos una de las pocas elevaciones de Tierra de Campos en Castilla, cubierta ahora toda su extensión por el cultivo de cereal, mientras que el sol de abril va dejando atrás el frío del invierno, anunciando el calor riguroso del verano en esa zona.

Pady, junto con su familia, han transformado parte de las instalaciones de una antigua granja a 20 kms de Valladolid en una granja escuela y en un albergue que recibe grupos de escolares para romper el ciclo de vida urbana (casa-escuela-casa) e iniciarse en el ciclo más largo de la vida en relación con animales, plantas y agua.

Esta vez en las Cortas de Blas nos reunimos un grupo de familias, amigos y jesuitas, más de cuarenta personas, en un rango de edad de unos pocos meses a varias decenas de años. El motivo era celebrar juntos la fiesta de la Pascua cristiana y con ello compartir nuestras vidas y nuestras búsquedas. Desde el jueves santo al domingo de resurrección dedicamos tiempo al silencio, la reflexión, las celebraciones litúrgicas pero también dedicamos tiempo a pasear, reconocer colores y olores diferentes. Celebrar la Pascua es una oportunidad para reflexionar sobre lo más central de nuestra fe, pero también es una oportunidad para adentrarse en las preguntas de sentido de nuestra vida.

Y entre estas preguntas, sin duda alguna, está la del futuro de las generaciones más jóvenes. El hecho de que nos hubiésemos reunido ese grupo con familias e hijos hacía más urgente las preguntas por los desafíos ecológicos y medioambientales que estamos, y vamos a tener que, afrontar. ¿Las generaciones futuras podrán disfrutar de recursos como el agua, los alimentos, la energía en condiciones dignas? o las predicciones que hoy nos parecen apocalípticas serán tan reales que sus vidas serán bastante más complicadas. Innecesario aumentar el miedo que paraliza, lo que necesitamos es desarrollar entre nosotros ese tipo de relaciones generosas y sinceras que nos permitan sostener la esperanza. Una esperanza reforzada por la presencia de Jesús resucitado.

Es indudable que los mensajes que vienen de los científicos y analistas son desmotivadores y bastante pesimistas, probablemente no puede ser de otra manera, pues ese es el resultado de su actividad investigadora. A nadie no nos gustaría que el médico nos engañase cuando tiene que darnos un diagnóstico. Este es el trabajo de la ciencia, producir información contrastable para ir comprendiendo los fenómenos.

¿Cómo hacer que palabras tales como esperanza o compromiso, cambio o solidaridad no suenen vacías y voluntaristas? Creo que a todos los que estuvimos juntos en las Cortas estos días, y a todos los que de una manera u otra, comparten su vida con otros tejiendo redes de comunidad, sabemos que el hecho de vivir juntos, de compartir nuestras vidas, es el gran sustrato desde el que construir relaciones basadas en el agradecimiento, en el reconocimiento del otro y en la relación integrada con nuestro medio.

Sin duda alguna que esta experiencia de vida en común nos muestra las posibilidades, y los riesgos, de un tipo de relaciones más sinceras con nosotros mismos, con los otros, la creación y con Dios. Necesitamos ir construyendo comunidades que promuevan estos valores, comunidades que deberían cuidar estos rasgos:

Comunidades atentas que miran a la realidad. Esta capacidad de asombro, de inquietud por comprender lo que sucede a nuestro alrededor es imprescindible. Necesitamos ayudarnos para que nuestro análisis de la realidad sea consistente – que resista el espíritu conformista – e integrador – ya que no podemos diseñar un futuro sólo para los más fuertes y capaces. Las comunidades que no miran intensamente, y atentamente, a su alrededor terminan agotadas porque su energía se consume en sostenerse a sí mismas.

Comunidades que se reconoce integradas en su entorno. No podemos vivir juntos aislados del lugar donde vivimos. Los procesos de urbanización han acelerado el desarraigo frente al territorio. Vivimos sin raíces, y sin una “geografía” para nuestra vida en relación nos transformamos en extraños para los otros. El barrio, el pueblo, necesitamos acomodarnos a unidades del territorio que nos ayuden a establecer esas relaciones. La búsqueda de tiempos y espacios para el encuentro, cuando vivimos todos dispersos, expresan esta necesidad de sentido (y territorio) de pertenencia.

Comunidades que sostienen la esperanza. Este es un gran reto para nuestro tiempo. Sólo grupos así son capaces de ayudar a caminar en el medio y largo plazo. En un discurso sobre el Cambio Climático: La Creación de la Voluntad de Acción en la Catedral de San Pablo en Londres, UK, Señora Christiana Figueres, Secretaria Ejecutiva de la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, tras indicar la urgente situación por la influencia del cambio climático destacaba que el elemento que falta en tantas mesas de negociaciones políticas es el amor. Pero: “No estoy hablando de un amor débil Me refiero a un amor fuerte, el amor que tiene la fuerza suficiente para hacernos tomar decisiones sabiendo que es lo correcto. Porque comprendemos que de una forma radical todos estamos inter-relacionados, interconectados los unos con los otros y que este planeta no puede ser reemplazado.”

Este mensaje no es nuevo, pero es imprescindible recuperarlo, y renovarlo, para poder seguir caminando. Comunidades como la que nos reunimos en las Cortas son un fuerte apoyo en nuestras búsquedas y en nuestros esfuerzos. Los lazos que se van tejiendo ahora son los que construyen la red que nos permitirá dar saltos en el futuro y sabernos sostenidos.

En la Vigilia de Pascua cantamos el pregón pascual con una bella melodía: Noche de paso a la vida, Noche de luz y alegría. La esperanza no es algo débil, es la fortaleza necesaria para caminar de una manera nueva e imaginativa afrontando los retos de nuestro tiempo.

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