
Paula Sendín
Solemos pensar – el mundo “civilizado”- que el desarrollo va ligado a la educación, que la formación ayudará al desarrollo de una comunidad o de una nación. Un desarrollo económico y social que se consigue mediante un control intelectual y una formación camuflados, en ocasiones, por el concepto “educación,” con el convencimiento de que el país crecerá y de que quizá, en un futuro, podrá llegar a tomar el control “ultramar.”
Al emplear el término “civilizado” me refiero a lo que comúnmente se conoce como “Norte” que se limita a los países económicamente más desarrollados del hemisferio norte. Como europea que ha crecido en Occidente, aprecio la importancia de la educación en el sentido de que nos permite construir un futuro mejor hacia una modernización, con autopistas, buenas comunicaciones, sólidas infraestructuras, y la profesionalización de los sectores que todo ello acarrea. Desde pequeños, nos inculcan la necesidad de adquirir un enorme volumen de conocimiento y habilidades, para que la persona que seamos en un futuro se convierta en alguien productivo. Más aún, creemos firmemente que estos “profesionales” podrán cambiar el mundo, y rescatar a los “menos desarrollados.”

Lejos, muy lejos de Manila, capital de Filipinas – cuya cultura ha ido evolucionando a lo largo de siglos de colonización – existe un lugar remoto llamado Bendúm, donde la población indígena se mantiene aún firme en defender no solamente tu identidad, sino también su cultura y conexión con la naturaleza que le rodea. Este es el eje de la misión de centro educativo cultural Apu Palamguwan Cultural Education Center (APC).
La escuela se encuentra en la provincia de Bukidnon, en la isla de Mindanao, que alberga uno de los más preciados refugios naturales en todo el país. Sin embargo, lejos de ser el idílico paraje y de las risas inocentes de los niños, existe un sentimiento de desesperanza que plantea los beneficios de su explotación, y que amenazan no solo la integridad del medio ambiente de Bukidnon, sino también las comunidades que en allí habitan.
El meollo de la solución a este problema radica en la importancia de una formación de cultura como un elemento esencial de la actividad, un principio que está en el centro de los esfuerzos de APC. Esto explica que su programa de educación no atienda a los mismos principios que sus homólogos gubernamentales. Al principio, la población local pedía una formación básica para su hijos, que les permitiera aprender a escribir, leer y contar. Pero cuando la escuela se puso en marcha en 1992, surgieron otras cuestiones relativas a la seguridad de los medios de subsistencia, salud y desarrollo cultural.

Para los alumnos, es una dificultad estudiar fuera de casa. Muchos de ellos vienen de aldeas vecinas, como Nabawang, Nabag-o, y Bulonay, pero otras zonas alejadas de Agusan del Sur, al otro lado de la cordillera Pantaron, les lleva un día y medio a pie cruzando terrenos desafiantes hasta Bendum. Además de ello, pasan por graves necesidades.
Por ello, en APC se fomenta a los estudiantes a que aprendan de su entorno natural. Las matemáticas o las ciencias naturales están relacionadas con el medio ambiente que les rodea, ya que el bosque es su fuente de vida, incluso la fuente de los materiales de los instrumentos que tocan. Se les entrena para que adquieran las competencias básicas que necesitan para sobrevivir y crecer por su cuenta – una prioridad que precede a la adquisición de destrezas técnicas que requiere el acceso a la universidad. Se realizan grandes esfuerzos para que puedan desarrollar una conciencia cultural y su autoestima, con el fin de vencer el sentido de inferioridad que prevalece entre los jóvenes indígenas.
No tiene ningún sentido adquirir una educación “formal” o leer a Dickens si no pueden comprender, o incluso interiorizar que yo no soy superior por ser de blanca; o que la gente que vive en la capital no es mejor por el mero hecho ganar más dinero (o porque simplemente tienen un sueldo). A esto último aspiran algunos estudiantes en APC: marcharse fuera, al extranjero quizá, conseguir un trabajo y buscar oportunidades que poder ayudar a sus familias. Llegados a este punto, no puedo dejar de preguntarme, ¿dónde se encuentra, entonces, el desarrollo?
El sostenimiento de la educación basada en la cultura de la juventud en estas comunidades indígenas es un gran desafío, sobre todo en un área que están al margen de la sociedad. Estos jóvenes de Upper Pulangi están aprendiendo que el auténtico desarrollo humano va más allá del crecimiento económico y de una integridad cultural fortalecida.