
Mark Lopez, SJ (Escolar)
Más que cualquiera de las conferencias o lecturas del curso sobre “teología contextual en diálogo con los pueblos indígenas” con el P. Jojo Fung, SJ, hay cuatro personas que me han transmitido los desafíos y las expectativas de aquellos que buscan un nuevo significado sobre la nueva evangelización, a través de un camino de aprendizaje, de lucha y de reflexión teológica.
Las vidas de Junita, Edwin, Lourie, y Belmar son claros ejemplos, hoy en día, de lo que supone la búsqueda constante de un “término medio” en medio del cambio de nuevos paradigmas y culturas. A través de estas personas que viven en entre dos ámbitos culturales distintos, he llegado a comprender que la palabra “diálogo” que a menudo tratan de hacer, no se habla, sino que se vive.
Junita y Edwin
Seis cráneos de cerdo estaban atados juntos y colgados en la entrada de la que fue nuestra casa por un día en Cambulo, una remota comunidad en la ciudad de Banaue, en el norte de Luzón, Filipinas. Nuestros padres adoptivos eran catequistas y lectores en el centro de la misión católica que hay en dicha ciudad. Por esta razón nos explicaron con cierta inseguridad por qué esos cráneos estaban colgados en la entrada de su casa.
“Nuestra anciana madre está muy enferma,” dijo Junita, con los ojos bajos. “Y hace dos semanas tuvimos un ritual para su sanación… Por favor, oren por ella, también.” Edwin, el esposo de Junita, dijo: “Algunos dicen que ya no deberíamos hacer este tipo de rituales pues estamos bautizados.” Más tarde, le pregunté acerca de los mumbakis (chamanes) y él me dijo: “hay malos mumbakis, pero también hay buenos mumbaki. Los buenos hacen los rituales para ayudar a los necesitados, como los enfermos.” Edwin también nos contó que su abuelo y su padre fueron mumbakis, pero no dijo si él hubiera sido uno de ellos si no hubiese estado bautizado. Sin embargo, si nos confirmo que participo en el ritual en el que se ofrecieron los seis cerdos.
Los misioneros católicos, tanto del pasado como del presente, despreciaban estas practicas de los mumbakis y las calificaban de “brujería.” Por esta razón entendí la vacilación de Junita y Edwin al contar sus historias. Rápidamente les aseguré que no había pensado tal cosa, y les prometí que haría oraciones por su madre enferma.
Lourie

Algunos días más tarde, una joven Ibaloi (grupo cultural de la región de la Cordillera, en el norte de Luzón), Lourie Victor, nos habló en clase sobre los desafíos y las esperanzas de las relaciones entre la Iglesia y la Comunidad Indígena de Filipinas. Habló convincentemente, con pasión, y con mucha esperanza de las nuevas generaciones de líderes de la Iglesia y de los fieles que están aprendiendo a ser más sensibles a las necesidades y al espíritu de su gente. Pero también derramó lágrimas y mostró sus heridas cuando hablaba de la violación, la incomprensión y la explotación de su cultura. “Las prácticas culturales son nuestras propias expresiones religiosas, son actos sagrados. Es por eso que el ‘escenario del dolor’ para los Pueblos Indígenas es la violación y la pérdida de estas prácticas.”
Lourie trabaja con la Comisión de Pueblos Indígenas de la Conferencia Episcopal de Obispos Católicos de Filipinas. A través de programas de educación comunitaria, ayuda en la campaña para deconstruir incomprensiones históricas de su cultura indígena, para impulsar una ‘teología de la vida’ y no una teología del dogma, y para volver a trabajar la misionología de la Iglesia en el trabajo con comunidades indígenas. Ella trabaja principalmente con comunidades indígenas, pero aprovecha cualquier oportunidad para hacer presente estas cuestiones entre los futuros líderes de la Iglesia. Profundamente impresionado por su presentación, me enteré más tarde que Lourie fue una de los Diez Jóvenes Sobresalientes de Filipinas en 1998, y también uno de los jovenes líderes de cambio asiáticos reconocido por el Programa de Desarrollo de Naciones Unidas en 2007.
Lourie habló a nuestra clase compuesta en su mayoría por seminaristas, recientemente comprometidos con la Asociación de Religiosos Mayores de Filipinas. Se trata de una tercera generación cristiana, y lamenta que no se enseñe el idioma de sus antepasados después de que fueran bautizados como cristianos – un destino que no desea para ninguna otra generación, tendencia que parece difícilmente reversible.
Belmar
En nuestro último día de la reunión, nos descalzamos ante la estatua de San Ignacio contemplando el Espíritu junto al río Cardoner, mientras que los estudiantes de la Escuela de Teología Loyola pasaban a nuestro lado. El P. Jojo Fung invitó al Sr. Belmar Yano, un anciano Kankana-ey (otro grupo cultural en la Cordillera), para realizar un ritual de purificación para la clase.

Manong (término que se utiliza como señal de respeto a los ancianos) Belmar vestía su atuendo ritual (chaleco y banda que se coloca alrededor de la cabeza, ambos de tejido nativo) y comenzó a cantar en su lengua nativa. Vertió agua limpia en un recipiente grande, y luego acentuó con ruidos fuertes su oración, como el arrullo de las aves. Después de un momento de silencio cuatro miembros del grupo ofrecieron oraciones. Siguiendo las instrucciones antes del ritual, el primero se dirigió a los antepasados familiares, el segundo a los fundadores de la Iglesia y de las diversas congregaciones presentes, el siguiente se dirigió a los espíritus de la naturaleza, y la última oración se dirigió a Kabunyan (el Creador, todo poderoso y Dios supremo). Después de las oraciones, cada uno de nosotros sumergió las manos en el recipiente con agua y nos mojamos la frente, los pies y las rodillas con el agua. Estábamos en silencio bajo el sol del mediodía al tiempo que sentimos el frescor del agua que nos purificaba.
La primera vez que vino a nuestra clase, Manong Belmar nos sorprendió con frases como “Tal vez se nos enseña o enfatizamos demasiado la Cristología, de tal manera que nos hemos olvidado del Espíritu que se cernía sobre las aguas en el momento de la creación” y “¿Cómo es que aquellos de entre mis pariente que fueron bautizados como cristianos son ahora los políticos corruptos de la provincia, quienes explotan el bosque y la tierra? Y por otro lado, ¿cómo es que mis parientes que han permanecido cerca de sus espiritualidades indígenas son los que siguen viendo la tierra, los bosques y la gente como algo sagrado?” Ante nosotros había uno que parecía, actuaba y rezaba como un chamán, pero pensaba y hablaba como un clérigo respetable.
Manong Belmar conocía profundamente los problemas de la Iglesia: tanto a los que nos enfrentamos como los que infligimos a los demás, como a los pueblos indígenas. A los 14 años, fue “arrancado de su pueblo y llevado al seminario.” Después de años de formación en el seminario, fue “arrojado de nuevo en su pueblo.” Aunque nunca fue ordenado sacerdote católico, ahora se le considera un anciano de la comunidad en la que vive y para la que ahora busca un mayor respeto y aprecio por parte de la Iglesia. Él cree que las plataformas más prometedoras del diálogo entre la Iglesia y los pueblos indígenas están en el sentido comunitario de la experiencia espiritual, profundamente compartida por las culturas indígenas, así como en la revisión y profundización de la teología de la creación y de la teología de la tierra.

El punto medio de los pueblos
En un libro escrito por Ronald Edgerton sobre Mindanao, describe muchos lugares como Bukidnon, que se convirtieron en maestros de este arte de tallar ese punto medio en el último siglo, con la educación como herramienta principal. “Vinieron a reinventarse a sí mismos no como uno o el otro, sino como una mezcla de ambos. Y con el tiempo, desarrollaron una capacidad para imaginarse a sí mismos no como guerreros del bien contra el mal, sino como negociadores entre los mundos, capaces de incluir ambos puntos de vista en uno nuevo de un mundo más complaciente.” (Ronald K. Edgerton, Gente de la Tierra Media: Un siglo de conflictos y Alojamiento en Mindanao Central, 1880s-1980s)
Sin embargo, él mas tarde señaló que “la experiencia de Bukidnon en su esfuerzo por encontrar su término medio es nada menos que la experiencia filipina en pequeñito.” Curiosamente, Edgerton concluye resaltando no sólo la tragedia y la lucha que acompaña la historia de “inclusiones fronterizas” sino la profundidad y la riqueza extraordinaria que ha surgido de ese punto medio.
No es de extrañar, pues, que continuamos buscando en la actualidad modelos de negociación entre mundos y culturas. Belmar, Lourie, Edwin y Junita claramente han conservado aspectos de su cultura y herencia espiritual como pueblos indígenas, al tiempo que han sabido dar cabida a la fe cristiana en las costumbres de sus antepasados. Ellos son las personas, cuyas vidas encarnan el diálogo de las identidades, el diálogo de la supervivencia y la adaptación. Y son las personas que que mas creíblemente hablan de y a estos mundos. Su doble pertenencia es de inestimable contribución y conocimiento para el proceso de diálogo. Y a partir de sus experiencias podemos sacar una gran cantidad de sabiduría – es decir, si estamos dispuestos a escuchar.
En nuestro viaje de regreso desde Cambulo, me senté en la carga superior de un taxi colectivo junto a jóvenes de secundaria y escuché mientras se contaban historias entre sí. Habían vuelto a casa para el fin de semana y estaban en su camino de regreso a Banawe para continuar sus estudios.

Me preguntaba si llegaría el día en que ya no se tomase un viaje de regreso a Cambulo. ¿Los niños de Edwin todavía saben cómo llevar a cabo los rituales de curación de sus ancianos? ¿El poder de la electricidad (sólo un mes de vida en este remoto pueblo, gracias al programa de electrificación del gobierno nacional) cambiará su vida irreversiblemente, para bien o para mal? Y me pregunto si estamos haciendo lo suficiente para dar a los pueblos indígenas la educación, el arraigo, y el reconocimiento para asegurarse de que sigan siendo las personas resistentes del punto medio?
El jeep en el que viajábamos sorteaba los caminos plagados de rocas de la ladera de la montaña, se hundía en el barro, y nos llevaba por el borde de barrancos escarpados amenazando con lanzar pasajeros de la parte superior del vehículo por sorpresa con la fuerza de cada golpe. Entonces, me di cuenta de que nosotros (la gente de la Iglesia católica) estamos en la misma situación precaria al igual que nuestros hermanos indígenas.
Si seguimos gestionando mal nuestro mundo, si despreciamos nuestro medioambiente y sus paradigmas, como la explotación de los recursos ambientales por un lado y el consumo sostenible, por otra, si perdemos los sistemas de creencias arraigadas en las filosofías tradicionales y el diálogo de la vida, la pobreza y el espíritu, y si no podemos distinguir lo que realmente importa a la gente de hoy, seguramente también ponemos en riesgo nuestro propio destino.
Mark Lopez, SJ es un escolar de los jesuitas que estudia teologia actualmenteen la Provincia Filipina de la Compañía. Es el presidente del círculo de escolares y hermanos en formación, grupo de los jesuitas en formación de la región Asia-Pacífico que se reunirá en Siem Reap, Camboya el próximo mes con el tema de la ecología como eje central de la reunión. Puede ponerse en contacto con Mark a través de su email mark.lopez.sj(at)gmail.com.