
Pablo Martínez de Anguita, PhD
Como ha afirmado el Papa Francisco en su encíclica Laudato si’, la actual crisis medioambiental – global en sus dimensiones y local en sus impactos – demanda cambios radicales en nuestro modo de pensar el mundo y su futuro, así como esfuerzos multidisciplinares para generar las soluciones a nuestros complejos problemas medioambientales.
A lo largo de las últimas décadas, el movimiento ecologista y las religiones han empezado a converger. Como afirma Mary Evelyn Tucker, la crisis medioambiental ha conducido a las religiones del mundo a encontrar su voz en el contexto más amplio de la “comunidad de la Tierra” (the Earth community)1. Al mismo tiempo, en algunos ámbitos de la reflexión ecológica se ha generado interés por la religión.
A medida que el pensamiento ecológico profundizó, la necesidad de un sentido de lo “sagrado” emergió. Algunos autores ven incluso en ello una herramienta para la conservación. Pero esta herramienta debe “existir” más allá de nuestra definición habitual. Las cosas sagradas no son sagradas porque sean útiles como cosas sagradas, sino como resultado de un sentido más amplio que las preserva – precisamente – de la utilidad, lo cual nos ayuda a comprendernos a nosotros mismos de modo más amplio: como parte del conjunto de la realidad.
Más allá de un mero utilitarismo religioso, y desde una comprensión de la conexión profunda entre el ser humano, las religiones, las cosmovisiones y la naturaleza, necesitamos entender la relación entre fe y ecología, especialmente en el mundo católico. La “solidaridad medioambiental” puede ser definida como un paradigma que nos ayuda a entender esta relación para poder así “sostener la sostenibilidad,” es decir, fundamentarla en un sentido religioso más profundo.2
El sentido religioso no es más que la naturaleza humana preguntándose por las cuestiones últimas, buscando el sentido final de la existencia con todas sus implicaciones y sus aspectos ocultos. De alguna forma, el pensamiento ecológico reconoce la existencia de este sentido religioso.
Como lo ha expresado el pensador Jeffers3, “nuestro privilegio y nuestra felicidad están basados en el amor a Dios por su belleza… y en nuestra contribución (aunque muy limitada) a la belleza de las cosas haciendo de nuestra vida y de nuestros alrededores más bellos, en la medida de nuestras posibilidades,” y continúa afirmando que este pensamiento ecológico expresa un deseo que no encuentra una respuesta concreta: “no somos importantes para él, más bien al contrario, Él es importante para nosotros…” nuestro amor no puede “pedir o esperar ningún amor como respuesta.”
La contribución católica se puede resumir, parafraseando a Jeffers, en algo asi como que “todo lo que merece la pena del más profundo amor” entra en la vida de los hombres de forma que sepamos más, “para que nuestros ojos puedan ver, nuestro corazón pueda sentir, para que nuestras manos palpen”.4 La novedad del Cristianismo consiste en el hecho de que “el Misterio a veces se intuye pero nunca se revela por completo, participa de la vida de hombres como hombre, expresando la idea final de la existencia, un ideal que responde plenamente al deseo humano de encontrar su plenitud.”
El cristianismo es el anuncio del evento de Cristo, del Dios hecho hombre en la Tierra. El misterio ya no es “incognoscible.” En un sentido cristiano, el “misterio” es la Fuente del ser, Dios, por más que se haga accesible a través de la realidad humana. Este modo concreto no puede ser eliminado nunca más y sigue siendo fundamental para todo el mundo.
¿Pero para nosotros, seres humanos preocupados por nuestro medio ambiente en el siglo XXI, cómo se involucra Cristo en nuestros esfuerzos y qué tienen que ver con él? La naturaleza de la hipótesis cristiana5 es tan grande que su verdad solo puede ser vista como una correspondencia entre lo más íntimo de nuestros corazones y una relación o un discipulado.
Siguiendo a nuestros corazones abiertos a la presencia del misterio de amor consagrado en el Señor, nos liberamos de la verdad. “Estaré siempre con vosotros hasta el final de los tiempos” (Matt 28:20). “Si Jesús viene, si está, si existe, permanece en el tiempo, con un clamor irrepetible, y que transforma tiempo y espacio, en todo tiempo y espacio.”6 Todo nuestro trabajo, todos nuestros esfuerzos en pro de mantener la belleza y la integridad que hemos encontrado en la creación, pueden salvarse y preservarse. Pueden corresponder nuestros profundos deseos humanos, el deseo de nuestros corazones para preservar la belleza de una creación que vive en el misterio de su resurrección.
Hay una correspondencia entre ecologismo y Cristo. De hecho, el ecologismo puede ser un camino de santidad y una manera de descubrir la belleza de la Santísima Trinidad, que desde esta belleza se ve obligado a hacerse cargo de la creación y sus ecosistemas. En los próximos años, especialmente después de Laudato si’ esta comprensión de la relación entre Cristo y los deseos de belleza comenzará a producirse en las realidades católicas y en aquellas experiencias que han comenzado a desarrollar esta “solidaridad ambiental” en la praxis.
Pablo Martínez de Anguita, PhD es profesor de ingeniería forestal y desarrollo rural en la Universidad Rey Juan Carlos en Madrid, España.
Referencias:
1. Tucker, ME, Worldly Wonder: Religions Enter Their Ecological Phase, Open Court, Chicago 2003
2. Martínez de Anguita, P, Environmental Solidarity. How Religions can Sustain Sustainability, Routledge, New York 2012
3. Quoted by Schwarz, W and Schwarz, D, Breaking Through. Green Books, Bedford 1987
4. Giussani, L, Creating tracks in the history of the world. Encounter, Madrid 1999
5. Giussani, L, At the Origin of the Christian Claim. McGill-Queen´s University Press, Montreal 1998
6. Giussani, L, Why the Church? McGill-Queen´s University Press, Montreal 2001