El puente verde

El puente verde

Foto de: swisseduc.ch

T. P. y traducción por José Luis Gutierrez, SJ

Entre las numerosas declaraciones publicadas por las Iglesias cristianas sobre ética medioambiental, un documento inusual, pero al mismo tiempo piedra angular en el diálogo entre católicos y ortodoxos, acaba de celebrar su décimo aniversario.  En 2002, el papa Juan Pablo II y el patriarca ecuménico de Constantinopla Bartolomé I, firmaron una Declaración común sobre Ética Medioambiental, también conocido como Declaración de Venecia, evocando el lugar dinde fue firmada la declaración.  Incluso el marco en el que fue hecha la declaración era inusual: en el mes de junio de 2002, el patriarca de Constantinopla había invitado a teólogos, científicos y representantes de las iglesias cristianas de todo el mundo a la conferencia “El adriático: un mar en riesgo, unidad para la acción.”

En este punto, el discurso ecológico ya hacía mucho tiempo que acompañaba los esfuerzos conjuntos del diálogo interconfesional, fomentados por ejemplo, por el compromiso “verde” del Patriarca ecuménico Dimitri I de Constantinopla, que en 1989 había llamado a las Iglesias cristianas para celebrar el 1 de septiembre – día en que en las iglesias ortodoxas inician el año litúrgico – como “Día de la Creación.”  Esta propuesta fue retomada inmediatamente por múltiples iniciativas católicas que todavía se llevan a cabo en varios países europeos.

Tres años más tarde, con la Declaración Común de Venecia, los dos máximos  representantes de ambas iglesias Juan Pablo II y Bartolomé I, expresaron su preocupación por “las consecuencias negativas para la humanidad y para toda la creación el resultado de la degradación de algunos recursos naturales básicos como el agua, el aire y la tierra, provocada por un progreso económico y tecnológico que no reconoce y no tiene en cuenta sus límites.”  La crisis creciente, denunciaron, muestra que “seguimos traicionando el mandato que Dios nos ha dado de ser corresponsables de la creación llamados a colaborar con Él, en santidad y sabiduría.”  La creciente conciencia medioambiental sin embargo era un claro signo de que “Dios no ha abandonado el mundo,” dice el texto.

Dado que el “respeto a la creación” tiene su base en el “respeto a la vida y a la dignidad humana,” se necesitaba una nueva comprensión de las normas éticas que según los firmantes requería: “un acto de arrepentimiento por nuestra parte y un nuevo intento de vernos a nosotros mismos, unos a otros, y el mundo que nos rodea, en la perspectiva del designio divino de la creación.”  La necesidad de un diálogo constructivo acerca los diferentes puntos de vista y las perspectivas del desarrollo de valores comunes.  Por ello, tanto Juan Pablo II como Bartolomé I expresaron su confianza de que “la humanidad tiene derecho a algo mejor que a lo que vemos a nuestro alrededor.”

Con esta perspectiva histórica, el compromiso conjunto de los dos líderes de la iglesia en la corresponsabilidad medioambiental marca sin duda un acento profundo en el discurso magisterial sobre la ética de la creación, y el descubrimiento de la ecología como un “puente ecuménico.”  El décimo aniversario de la Declaración Común de puede ser una buena ocasión para recordar que también en el futuro, el diálogo ecuménico como proceso de aprendizaje mutuo entre las Iglesias cristianas puede entregar aportaciones más prometedoras a la ética medioambiental.

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