Jaime Tatay SJ
El Ministerio para la Transición Ecológica del Gobierno de España planteó en el contexto de la celebración de la COP25 de Madrid la posibilidad de organizar una mesa de diálogo interreligioso. Con este fin, el pasado jueves 12 de diciembre se dieron cita en IFEMA representantes de cuatro grandes religiones: Abdelaziz Hammaoui, teólogo musulmán de la Junta Islámica de Melilla; Jaime Tatay, SJ, profesor de teología y sostenibilidad en la Universidad Pontificia Comillas; Krishna Kripa Dasa, presidente de la Federación Hindú de España; y Raphaël Benatar, secretario del Centro de Estudios Judío-Cristianos.
Titulada “El papel de las religiones ante el reto del cambio climático”, la mesa se preguntó si las religiones pueden desempeñar una función relevante en el actual contexto internacional como espacios de diálogo fecundo, como palancas de presión política y como catalizadoras de la acción para responder así a las urgentes cuestiones socio ambiéntales que enfrenta la humanidad.
La propuesta de organizar un panel de debate interreligioso en un foro internacionales como el de la COP – de marcado carácter técnico, económico y político – sin embargo, no suele ser habitual. La novedad y la originalidad de la temática constituyó sin duda una novedad que atrajo a un buen número de personas.
Los ponentes, tras repasar los textos sagrados y las fuentes teológicas que fundamentan en cada tradición el respeto y el cuidado de la naturaleza, dialogaron sobre algunos de los aspectos prácticos compartidos por todas las grandes religiones que pueden fundamentar una convergencia interreligiosa y acelerar las transformaciones culturales, económicas y políticas que la Agenda 2030 y el Acuerdo de París demandan.
Un aspecto que se subrayó fue el carácter transnacional, global, de las diversas “comuniones globales religiosas”. Frente a las cortas miras de los intereses nacionales que impiden alcanzar acuerdos, la visión religiosa desborda el estrecho marco del Estado-nación e invita a percibir los bienes comunes globales co- mo el agua, la atmósfera o la biodiversidad – un bien mayor que debe ser preservado para las futuras generaciones.
Las grandes religiones están también especialmente bien posicionadas para llegar a donde ninguna otra institución llega. Por un lado, su red educativa y sanitaria global, así como la presencia de lugares de culto – iglesias, mezquitas, sinagogas y templos – en prácticamente todos los rincones del planeta en los que hay una presencia humana podrían servir potencialmente como vectores de transformación social o “hubs” de concienciación y acción climática. Junto a este capital institucional, se suma también la nada despreciable capacidad financiera de las religiones. Se estima que aproximadamente un 12% de los activos financieros mundiales están vinculados directa o indirectamente a instituciones religiosas o de inspiración religiosa.
Además, las religiones poseen también una especial capacidad para generar “capital social”, uniendo y articulando comunidades locales y promoviendo modos particulares de ciudadanía global. Esta habilidad, en un contexto fragmentado socialmente, polarizado económicamente y dividido ideológicamente, resulta de gran importancia para iniciar procesos de transformación social, económica y medioambiental. Al mismo tiempo, las religiones siguen siendo repositorios de valores éticos y – a pesar de sus contradicciones – poseen un capital moral que permea y trasciende a sus comunidades.
Por último, las religiones son también potenciales constructores de puentes interculturales con capacidad de dialogar con actores muy diversos de la sociedad, influyendo en la toma de decisiones, estableciendo foros de diálogo y facilitando el entendimiento. En síntesis, dado su enorme influjo cultural, su capital moral y su extensa red institucional, no resulta banal preguntarse en qué medida el diálogo y la acción concertada interreligiosa podrían acelerar las múltiples transformaciones que precisamos.
Este artículo también está disponible en inglés.