
Pedro Walpole, SJ con la colaboración de Wendy Clavano
El ciclón tropical Sandy causó la muerte de 71 personas cuando pasó de forma violenta por Haití y Cuba el pasado mes de octubre. En Haití más de 370.000 personas viven todavía en tiendas de campaña desde el terremoto de enero de 2010, por si no fuera suficiente las recientes sequías y ahora estas inundaciones han destruido numerosos cultivos agravando los problemas de la población. Aunque los vientos hubieran sido menos devastadores, y el número de fallecidos menor comparado con desastres anteriores, en cualquier caso Sandy habría supuesto un nuevo retraso por la recuperación de Haití.
Cuando Sandy dejó el Caribe, y se dirigió hacia el norte, aumentó su velocidad y ganó la categoría de huracán. En el momento en que llegó a las costas del este de Estados Unidos, la tormenta se unió a un sistema de frio invernal que venía del oeste y se transformó en un extraordinario ciclón tropical. Normalmente los vientos se expanden en esas transiciones y los ciclones pierden fuerza pero en este caso no fue así y Sandy mantuvo toda su fuerza. Las aguas del océano Atlántico más cálidas que habitualmente contribuyeron a conservar la energía de la tormenta, mientras que la corriente de aire del oeste que debería reducir la potencia de la tormenta tampoco consiguió empujarla hacia el mar. El centro del ciclón es un área de bajas presiones sostenido por fuertes vientos. Esto hace que aumente el nivel del agua en una amplia área del océano, proporcional a la extensión del ciclón, y la extensión de Sandy era de unos 935 kilómetros.
El efecto se multiplicó: olas generadas por el viento se añaden a la elevación del nivel del agua provocando una marejada ciclónica, es decir, importantes inundaciones. La fuerza de las inundaciones está directamente relacionada con el tamaño del área inundada — también con la geomorfología de la costa y la forma de penetración de las tormentas según las líneas de costa. La bahía de Nueva York tiene la forma de un embudo, permitiendo que el agua penetre por ella y llegue hasta tierra. De esta forma la marea provocada por Sandy golpeó la costa de EE.UU. con una altura de 4,2 metros. Más que la lluvia o el viento, fue el impacto de este muro de agua lo que causó más de 100 muertos y 33 mil millones de dólares en daños a lo largo de la costa este.
¿Sandy fue un acontecimiento anómalo? En realidad no, y ni siquiera ha sido el peor de los casos. La altura de la marea superó el récord de tres metros de 1960 en los huracanes que han tocado tierra en el este de Estados Unidos. La altura máxima de la marea ha sido casi dos metros más alto que el récord que ya se había roto el año pasado.
Sin embargo, los factores que causaron esa formidable elevación del agua no son desconocidos. La extensión de Sandy no ha sido la mayor, como tampoco sus vientos fueron los mayores posibles (sólo categoría 1 en la escala Saffir-Simpson). Incluso su energía cinética, que está determinada principalmente por la velocidad del viento en relación con la extensión de la zona donde los vientos están soplando, no fue tan fuerte como la del huracán Isabel en el 2003. Que coincidiera con otro fenómeno meteorológico, que provenía de tierra adentro, y con una marea activa puede ser inusual, pero su trayectoria es similar a unos cuantos ciclones registrados en los últimos 150 años. Sandy puede haber sido un fenómeno extraordinario, pero no está del todo fuera de una serie. Ante esto la pregunta que nos debemos hacer es: ¿cómo podemos hacer frente a casos como éste, que además es probable que se reproduzcan cada vez con mayor frecuencia?
Nueva York, la “manzana” que estuvo en el ojo del huracán, entró en estado shock debido a las muertes y los daños causados. Ocho millones de personas se quedaron sin electricidad. La rabia se extendió al comprobar que un huracán de categoría 1 puede colapsar los sistemas de una sofisticada ciudad dejando a la población en un estado de máxima vulnerabilidad. Como resultado, los Estados Unidos entraron otra vez “en el debate sobre la adaptación al cambio climático”, al tiempo que se ha comenzado a discutir cómo la recuperación de los daños, y el gasto de los seguros federales, podrían impulsar la economía.
Para los que argumentan desde la ciencia todo este debate necesita más datos e investigación además debería ser internalizado por la sociedad. Las aguas superficiales estaban 3° C por encima de la media y bien podrían estar dentro de los efectos locales en temperatura que pueden ser generados por el cambio climático. De ese calentamiento, 0,6 ° C se estima que proceden del aumento global, que no es determinante de la variación regional.
Construir infraestructuras como sistema de barreras para detener las inundaciones es una inversión que sólo el mundo rico puede permitirse. La barrera del Támesis en Londres costó 2 mil millones de dólares construirla y cuesta 10 millones anuales de mantenimiento. El shock de Sandy ayudó a recuperar los planes de hace 10 años cuando Malcolm Bowman propuso la construcción de barreras que costaría la mitad de los daños actuales. Kate Orff, por su parte, propuso una barrera más natural utilizando lechos de ostras y humedales.
Después de Sandy el dedo acusador puede parecer algo académico, pero esto plantea la cuestión de si, o no, esas alternativas habrían contado con la suficiente atención política. Por supuesto, hay ventajas y desventajas en el uso de barreras, y si se plantean como una única estrategia no sería suficiente. Tal vez mientras nos preparamos para un próximo acontecimiento extremo, en periodos de posible repetición de de 3-20 años en lugar de la media de 100 años de intervalo anteriores, los políticos se vean en la necesidad de redefinir las prioridades.
Porque la política sigue siendo muy importante. El alcalde Michael Bloomberg de Nueva York estaba indeciso sobre a quién apoyar días antes de la elección presidencial. Inmediatamente después de Sandy apostó por Barack Obama). De esta manera se ha planteado un reto cultural y también un reto a la opinión pública. Todo el mundo comparte el sentimiento de que hay recuperarse y reparar los daños causados. Pero ¿podemos aprender de nuestros errores? ¿Qué podríamos haber hecho para reducir los impactos? ¿Somos capaces de cuestionar los equilibrios políticos que están por detrás de estas cuestiones?
Sandy nos ha recordado también los recientes desastres al otro lado del mundo. El tifón Ondoy (Ketsana) en 2009 golpeó el Metro de Manila en las Filipinas (Marikina City concretamente) un país con una larga historia de desastres. En el mismo año, se produjeron unas inundaciones en la bahía de Manila como nunca se habían producido antes. Sandy, y su devastador paso por Nueva York, provocará una mayor reflexión sobre el Katrina en Nueva Orleans donde el aumento de la frecuencia de inundaciones llevará a la construcción de nuevas infraestructuras, allí y en otros lugares del mundo. Por ejemplo Shanghái que es una ciudad costera comparable a Nueva York y donde instalaron compuertas hace 20 años, pero se consideran insuficientes y no capaces de ofrecer protección en algunos de los peores escenarios.
El tifón Ondoy trajo lluvias que llevaron al río Marikina a superar su récord de descarga. Años después del Ondoy, cuando cayeron lluvias prolongadas en Marikina, la gente estaba un poco más preparada y buscaban activamente información para ayudarles a tomar decisiones por ellos mismos y no depender tanto de otros. La inundación causada por el tifón Sendong en Cagayan de Oro City, también en Filipinas el año pasado, provocó miles de desplazados que aún no cuentan con una vivienda segura ni acceso a los medios básicos de subsistencia. Después de estos acontecimientos se revisaron los procedimientos de atención de las principales agencias gubernamentales, los gobiernos locales y organizaciones de la sociedad civil poniendo el acento en reducción del riesgo y en la preparación para evitar y minimizar los desastres.
¿Podemos utilizar el tiempo que tenemos, no sólo para limpiar y reconstruir después de un desastre reciente, sino para discutir de una forma más intensa sobre los fenómenos meteorológicos extremos y cómo tratar con ellos? ¿Somos capaces de responder adecuadamente a las personas en situación de riesgo y analizar si las comunidades desplazadas deberían poder regresar y establecerse de nuevo en zonas propensas a inundaciones o vamos a encontrar otras maneras para adaptarnos?
(Nota del Editor: Pedro preparó este texto en Chicago mientras Sandy golpeaba la costa este de Estados Unidos. Poco después se reunió con Wendy que aportó documentación científica.)