
Foto de: P Walpole
Pedro Walpole, SJ
La costa de Tacloban es un mar de restos flotantes: maderas de diversos tamaños, contrachapados, espuma, las puertas de refrigeradores, cajas, archivadores, respaldos de sillas, y mesas de despacho. Se puede caminar durante horas, viendo a la gente moviéndose con precaución en este reguero de escombros. En la orilla se pueden encontrar cocoteros de dos metros caídos, o ruedas de vehículos con ejes rotos, otras veces son suelos alicatados o paredes de cemento arrancadas, también hay grandes montones de arena, todo cubierto por fragmentos de plástico. Moviéndose hacia el interior, una masa de tablones y más contrachapados forman un muro de cuatro metros de altura o más. Entre unos 30 a 100 metros de la orilla, se acumulan estos restos contra casas de cemento. Como si fuese una ola congelada, esta masa de desechos es ahora la fuente de madera para iniciar la reconstrucción y el lugar de donde todavía no se han podido recuperar cuerpos de víctimas.
La gente ya está reconstruyendo sus viviendas de 2×3 metros, exactamente allí donde estaban antes de ser totalmente arrasadas. Deseosos de dejar los centros de evacuación o impulsados tenazmente por el deseo de retomar su vida, construyen como si el mar no estuviese allí, con la cabeza agachada mientras trabajan con el martillo, justo al lado de la acera donde permanecen cuerpos que no han sido recogidos todavía.

Foto de: P Walpole
Confusión, contradicción, dolor, incertidumbre, negación, esperanza, desafío – todo esto está en las mentes y en los cuerpos de muchos. La pérdida de la familia, la vista y el olor de los cadáveres esparcidos como si fuesen bolsas de plástico, son situaciones profundamente dolorosas y paralizantes. Que no haya nadie para estar con estos cuerpos, y enterrarlos con dignidad, tal vez es el mayor atentado a un sentido básico de humanidad. Los problemas de salud asociados son un gran riesgo y la lucha por conseguir agua y alimentos básicos, vivienda y ropa limpia consume toda la energía. Es deshumanizador no atender a los muertos, muchos están enterrados ligeramente a lo largo de la orilla.
Hay cierta calma, incluso se comparten saludos alegres “hapun,” (buenas tardes) “hola,” “gracias,” “kaun” (comer). Los niños juegan, la gente lava la ropa, algunos buscan agua, arroz, o comida. Un joven que lleva una mascarilla camina sobre los escombros de su casa, con la esperanza de encontrar a su familia. Hay silencio, parálisis, perseverancia tal vez, pero no es fácil de encontrar la paz.

Es difícil hablar de consuelo, pero también hay mucha esperanza y heroísmo enraizados aquí. Uno puede sentirlo, mientras que lo peor del tifón ya ha pasado, el impacto no ha acabado. Muchos de ellos no pueden ser consolados por la pérdida de familiares y vecinos, muchos siguen profundamente golpeados después de haber perdido toda protección, y la vida se ha reducido a su mínima expresión entre el día y la noche.
En la televisión, algunos dicen que las cosas han vuelto a la normalidad, pero lo que es “normal” es que la gente pueda ser autónoma y tenga cosas que hacer, que pueda realizar un conjunto de funciones y tener unas relaciones mínimas. Pero no habrá nada de normal en los próximos tres meses, en los próximos dos o cinco años, o tal vez nunca para algunos. Los cultivos tienen que ser sembrados, los sistemas de agua rehabilitados, los postes eléctricos y generadores reconstruidos, las escuelas abiertas, las empresas evaluadas y encontrar un trabajo; se necesitará mucho apoyo.
Las personas se reúnen durante el día para muchas actividades de servicio y para hacer frente a las necesidades inmediatas de su familia, al final de la tarde se reúnen y se sientan en las pilas de madera o en bancos – algunos en silencio, otros hablando del día. Hay una incipiente recuperación y la gente sabe un poco lo que puede hacer al día siguiente. Aquellos que están sirviendo y organizando, en diferentes ámbitos y lugares, son necesarios y ellos mismos se sienten agradecidos de estar aquí.

Las personas en la cárcel improvisada estaban haciendo pequeños parol (faroles de Navidad) y los cuelgan en la cerca. Los hombres y las mujeres no sabían a cuánto venderlos, sería como cualquier otro rincón del pueblo con sonrisas pero con cercado con un alambre de púas. Consuela ver a las personas trabajando, colocando la mitad de un tejado, personas envasando arroz y distribuyendo, los niños recogiendo agua, puestos del mercado con racimos de sibuyas (cebollas) y bawang (ajo) dando un tono de recuperación. Todo esto es una bendición, que puede pasar desapercibida, pero cada acto de bondad se reconoce y provoca esperanza.
Sí, todos podemos sentarnos a quejarnos del gobierno, sobre cualquier cosa o sobre todo en general – pero en realidad eso ayuda muy poco ahora. El agua y la comida están llegando a la mayoría de las áreas, los medicamentos están disponibles; y sí, hay sufrimiento y escasez, pero también hay muchos esfuerzos para reducirlos. Tal vez hay sobre todo una falta de previsión. El nuevo paradigma después de un acontecimiento así será el de prever lo peor antes de que suceda, y ser capaces de reaccionar si finalmente sucede. Tendrá que evaluarse y revisarse la estrategia adoptada para la zona afectada a 350 km/h, pero no es el momento.