
Stefano Femminis
Murieron con siete años y un día de diferencia el uno del otro: la hermana Dorothy Stang, misionera norteamericana en la región amazónica, que adoptó Brasil como su propia tierra, fue asesinada por seis disparos el 12 de febrero de 2005; Don Ladislao Biernaski, Obispo de San José dos Pinhais y presidente de la Comisión Pastoral de la Tierra o CPT, organización de la Iglesia brasileña, murió de cáncer el 13 de febrero de 2012.
La hermana Dorothy, conocida localmente como Irmã Dorote, se hizo famosa sólo después de su trágico final. Vivía en Anapu (una ciudad en Pará, Brasil), donde promovía un proyecto de desarrollo sostenible, que vinculaba fomentar la producción familiar con el cuidado del medio ambiente. Fue asesinada, porque su proyecto molestaba a los intereses de varios propietarios de tierras locales. Aunque tanto los asesinos como los instigadores del asesinato fueron condenados, seguro que la hermana Dorothy no estaría contenta hoy día: El Codigo Flórestal, que se encuentra en su camino de su aprobación en Brasilia, y las controversias alrededor de la presa de Belo Monte (tercer complejo hidroeléctrico más grande del mundo) abrirá aún más las heridas en la Amazonía y sus habitantes indígenas, sin mencionar los daños causados por monocultivos de plantación de agronegocios grandes.
Ladislau Biernaski era una persona apasionada de la tierra, como Jelson Oliveira, miembro de la CPT escribió en la página web de la Comisión: “Con las manos callosas y las uñas oscuras, disfrutaba orgulloso mostrando a los visitantes el jardín que él personalmente se había encargado de cuidar junto a la sencilla casa donde vivía. Esta pasión por la tierra, heredada de su familia de inmigrantes polacos, le hizo transformar la ‘tierra’ en una causa evangélica y política. Con esta motivación, pasó años visitando los campamentos y asentamientos de la comunidad. A menudo dejaba a un lado la mitra y otros símbolos episcopales para unirse al pueblo en solidaridad con ellos, y para celebrar este compromiso profético por la justicia. Dom Ladislau había aprendido a comprender y explicar la misión pastoral de la Iglesia a los pobres. Inspirado por esa claridad, participó en numerosas manifestaciones de los pobres en Paraná, tanto en el campo como en la ciudad.”
Estos dos testigos nos recuerdan dos cosas. La primera es que la tierra no es una simple mercancía o un activo financiero – en contraste con lo que los buitres que “acaparan la propiedad de las tierras” nos quieren hacer creer: las multinacionales y los estados que en una década han acaparado una superficie que cubre ocho veces el Reino Unido.
La tierra, por el contrario, es un valor de protección especial, una condición esencial para la afirmación de la dignidad humana, y también es el “primer elemento” de la cultura de una comunidad y su identidad. Incluso cuando la economía global de hoy día es en gran parte subcontratada, la agricultura se ha convertido en objeto de la lógica de la bolsa de valores, y nuestra vida cotidiana es cada vez más mediada por la tecnología. Sin embargo, la tierra sigue siendo específicamente el factor que constituye la base de la universalidad de los derechos, ya que nos llamamos seres humanos, y hemos nacido en una sola tierra (humus).
El segundo mensaje de Irmã Dorote y Dom Ladislao es principalmente para aquellos que todavía repiten el estribillo de que la Iglesia debe abstenerse de la política para dedicarse a las cosas del cielo: El verdadero cristiano es aquel que se esfuerza con todas sus fuerzas para hacer que el mundo, y de hecho la tierra, más habitable.

El autor se dedica a las ciencias políticas y es director de la revista italiana de los jesuitas, Popoli. El artículo original ha sido publicado en marzo de 2012 en la dicha revista y Ecojesuit lo ha adapatado para esta publicación.